28 enero 2015

El regreso de las ideas

Por MARIO VARGAS LLOSA

Los asesinatos cometidos por los yihadistas en Francia en el semanario satírico Charlie Hebdo y en un supermercado kosher han tenido sorprendentes consecuencias políticas. Han reactivado las raíces democráticas de la sociedad francesa y movilizado a inmensos sectores a manifestar su protesta por aquella barbarie y su defensa de la tolerancia, la libertad, la igualdad, el derecho de crítica y la legalidad, valores que se han visto amenazados con aquellos crímenes.

De otra parte, han devuelto la confianza de la opinión pública en el Gobierno (que parecía desfalleciente) del presidente, François Hollande, y de su primer ministro, Manuel Valls, por su enérgico manejo de la crisis provocada por el desafío terrorista, y renovado los consensos de la clase política francesa a favor de los “principios republicanos”, es decir, la coexistencia en la diversidad de creencias, costumbres y culturas diferentes. En vez de dejarse intimidar por el chantaje sangriento de los extremistas islámicos, Francia, que los ha combatido ya en el África y lo sigue haciendo en Oriente Próximo, reafirma su decisión de seguir enfrentándolos. En prueba de ello, ha despachado a esa región a su principal porta-aviones, el Charles de Gaulle, a fin de apoyar los bombardeos aliados contra el califato islámico instaurado en territorios de Siria e Irak. Vale la pena recordar que Francia propuso una intervención militar en Siria a favor de los rebeldes laicos y demócratas que se alzaron contra la dictadura de Bachar el Asad y que su propuesta se frustró por culpa de Estados Unidos y otros aliados, intimidados por Vladímir Putin, proveedor de armas al Gobierno sirio. Ahora que aquellas fuerzas rebeldes han sido barridas por los fanáticos islamistas que quieren derrocar al régimen de El Asad para instalar una dictadura todavía más despótica (en el califato islámico, además de las decapitaciones, los latigazos y la esclavización de la mujer, acaba de estrenarse la política de lanzar al vacío a los homosexuales), muchos Gobiernos occidentales lamentarán no haber adoptado la firmeza de Francia en defensa de la civilización, que es, a todas luces, lo que el extremismo islamista se propone exterminar.

Pero, acaso la más importante deriva de los asesinatos cometidos por los yihadistas en París sea el regreso de las ideas a la política francesa. Ellas fueron las grandes protagonistas de su vida pública a lo largo de buena parte de su historia, pero, en los últimos tiempos, en parte por el desinterés —para no decir el desprecio— que a su intelligentsia inspiraba la política, y, en parte, por el sesgo puramente pragmático, de mera gestión de lo existente, sin vuelo, ni horizonte, ni ideales, que había adquirido aquella, el debate de ideas, en la que Francia siempre descolló, parecía haberse extinguido en la tierra de Voltaire, Diderot, Sartre, Malraux, Camus. En estas últimas semanas ha vuelto, de manera plural y torrentosa.

Hace mucho que no se veía a tantos escritores, profesores, eruditos, investigadores, volcarse de manera tan intensa en la vida pública, opinando a través de artículos, manifiestos, entrevistas en la radio, la televisión y los periódicos, sobre el crecimiento del antisemitismo, la islamofobia, los guetos de inmigrantes desprovistos de educación, de trabajo y de oportunidades que se multiplican en las ciudades europeas y sirven de caldo de cultivo del extremismo antioccidental, de donde están partiendo millares de jóvenes a integrar los batallones fanáticos de Al Qaeda, el califato islámico y otras sectas terroristas.

La polémica es tan intensa que me ha hecho recordar los años sesenta, cuando temas como la guerra de Argelia, las denuncias sobre el Gulag, la fascinación que ejercían entre muchos jóvenes la revolución cubana y el maoísmo, el compromiso y la militancia de los intelectuales, animaban un debate efervescente que enriquecía la política y la cultura francesas. Entre las ideas sobre las que la disparidad de opiniones es mayor figura la inmigración: ¿constituye ella un peligro potencial, como cree Marine Le Pen y a la que parecería suscribir el revoltoso Michel Houellebecq con su última novela, Sumisión, y por tanto ser restringida y vigilada con rigor? Otros intelectuales, como André Glucksmann, recuerdan que el mayor número de víctimas del terrorismo islámico son los propios musulmanes, que han muerto ya y siguen muriendo por decenas de millares, víctimas de unos fanáticos para los cuales todo quien descree de su verdad única merece ser exterminado. El fanatismo irracional y asesino no es monopolio del islam; florece también en otras religiones, de la que no estuvo excluida la cristiana, aunque, quién podría negarlo, aquel es mucho más resistente a la modernización de lo que ésta lo fue, pues no ha experimentado aún ese largo proceso de laicización que permitió a la Iglesia católica adaptarse a la democracia, es decir, dejar de identificarse con el Estado. Todo esto parece indicar que pasará todavía mucho tiempo antes de que los países árabes —un ejemplo promisor, por desgracia hasta ahora único, es el de Túnez— adopten la cultura de la libertad.

Me gustaría comentar las opiniones sobre este tema de dos intelectuales que aprecio mucho: J. M. Le Clézio y Guy Sorman. Ambos coinciden en señalar que los asesinos de los periodistas de Charlie Hebdo, así como el de los cuatro judíos del supermercado kosher, son meros delincuentes comunes, pobres diablos nacidos o criados en los guetos franceses, en condiciones execrables, y educados en el crimen en los reformatorios y cárceles. Esta sería su verdadera condición, a la que el fundamentalismo islámico sirve apenas de superficial disfraz. El entorno social en que nacieron y crecieron sería el mayor responsable del furor nihilista que los volvió depredadores humanos antes que una convicción religiosa.

Yo creo que este análisis no valora lo suficiente a quienes canalizan, arman y aprovechan para sus propios fines a esos “lobos solitarios” productos de la discriminación, la incultura y el ergástulo. ¿Acaso todas las ideologías y religiones no se han servido siempre de delincuentes comunes y sujetos descerebrados y perversos para cometer sus fechorías? Los asesinos de Charlie Hebdo y del supermercado salían de aquellos guetos, pero fueron entrenados en Oriente Próximo o en África, y formaron parte de organizaciones que, gracias a Estados petroleros y jeques multimillonarios que las financian, están equipadas con armas modernísimas y tienen redes de información y enlaces por todo el mundo, a la vez que imanes y teólogos los proveían de las elementales verdades para justificar sus crímenes, sentirse héroes y mártires merecedores de gloria y placeres sin cuento en el más allá. Desde luego que las condiciones de abandono y marginación de los guetos europeos contribuyen a crear potencialmente al asesino fanático. Pero quien pone la bomba o el Kaláshnikov en sus manos, lo incita y le señala el blanco a liquidar, tiene tanta responsabilidad como él en la sangre derramada.

Que la lucha contra el terrorismo exija a veces ciertos recortes de la libertad es, por desgracia, inevitable, a condición de que estas limitaciones no transgredan ciertos límites más allá de los cuales la propia libertad sucumbe y un país libre deja de serlo y llega a confundirse con los Estados totalitarios y oscurantistas que alimentan el terrorismo. Esto parece haberlo entendido muy bien el pueblo francés, que, en la encuesta sobre intenciones de voto que se publica el mismo día que escribo este artículo, señala un aumento en la popularidad de todos los partidos democráticos —de derecha y de izquierda— en tanto que el Front National no parece haber ganado un solo voto con su demagogia de pedir el restablecimiento de la pena capital, la salida de Europa y una agresiva política antiinmigratoria.

Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2015. © Mario Vargas Llosa, 2015.

20 enero 2015

La mente de un criminal


11 enero 2015

Fascismo

Por SAMI NAÏR

Para Cabu, que lo sabía.

El objetivo de los criminales que mataron a la cúpula dirigente de Charlie Hebdo, una masacre que hace desaparecer de golpe a unos de los más talentosos artistas franceses, no era sólo atacar a un periódico conocido por su ateísmo militante, su crítica de todas las religiones, su rechazo de cualquier forma de censura, su tono vigorosamente libertario y radicalmente anticonformista. En realidad, mas allá de la emoción y del dolor, de lo que se trata con este acto, es de algo trascendente: ni más ni menos que un acto de guerra, planificado militarmente, ejecutado por soldados del yihadismo, decididos a matar y a morir. Fanáticos religiosos, eso sí a nuestros ojos, pero no desde su punto de vista, pues se consideran soldados de Dios en cruzada contra los infieles. Por supuesto para ellos, este periódico era un objetivo simbólico tanto por haber publicado las viñetas sobre Mahoma como por ser irreductible en su denuncia del integrismo armado.


Pero el hecho de que este acto bárbaro ocurra ahora tiene otro significado: se trata de responder a la implicación cada vez más importante de Francia en las guerras de Oriente Medio y de África. Tanto Al Qaeda como el Estado supuestamente “islámico” han difundido, estas últimas semanas, varias llamadas a sus partidarios escondidos en Europa y especialmente en Francia, pidiéndoles atacar en el territorio francés. Pretenden así, utilizando la estrategia de las guerras asimétricas, oponer a los bombardeos de la aviación francesa en Irak, en Siria o en la frontera libia, el terror y el miedo en las poblaciones civiles francesas. Al mismo tiempo, atacar a Charlie Hebdo tiene a sus ojos una ventaja decisiva: aparecer como defensores de la identidad musulmana.

Ese cálculo puede parecer muy ingenuo, pero no lo es tanto. Pues el objetivo del yihadismo en Francia, de cualquier bando que sea, es precisamente hacer todo para separar a los musulmanes del resto de sus conciudadanos, demostrar que la integración es imposible, hacer de la vida diaria un infierno de odios identidarios; en resumen, conseguir los mismos resultados que los que buscan, a su modo, los extremismos de derechas, es decir, hacer de la sociedad democrática un campo de batalla y de choques de civilizaciones.

Es el verdadero objetivo de Al Qaeda, del Estado supuestamente “islámico” y de todos los grupos religiosos militarizados que son de hecho una forma específica de posfascismo. Pero como todas las ideologías primitivas, esa también se equivoca gravemente: la reacción de los Gobiernos europeos va probablemente hacia una alianza mucho más comprometida en contra del terrorismo. Y por otra parte, a pesar de las inevitables manipulaciones de los mercaderes políticos del odio, ese crimen contra la inteligencia y la libertad está ya generando una fusión solidaria y republicana mucho más profunda entre los ciudadanos. Los más de cuatro millones de musulmanes franceses nunca serán el campo de experimentación del fascismo religioso integrista.
El País, 10 de enero de 2015

01 enero 2015